La Mujer en el Islam
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 Descripción del Profeta (sws)

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Ithar Ghada Faied
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MensajeTema: Descripción del Profeta (sws)   Descripción del Profeta (sws) EmptyJue Feb 19, 2009 7:26 pm

El Mensajero de Dios (sws) fue un hombre sensacional, respetado por todos los que lo conocían. Su rostro brillaba como la luna llena. Era un hombre de estatura mediana, ni muy alto ni muy bajo. Tenía una cabeza grande y su cabello era ondulado. Si tenía el cabello largo, lo dividía, de lo contrario, su cabello no pasaba los lóbulos de las orejas en circunstancias normales. Tenía un color rosado saludable. Su frente era ancha. Sus cejas estaban prolijas naturalmente, y no estaban unidas. Había una vena entre sus cejas que se hinchaba cuando se enfadaba. Su nariz era recta y tenía un brillo especial. Tenía una barba tupida y suaves mejillas.

Su boca era grande. Tenía bigotes. Sus dientes estaban espaciados. Su cuello era similar al de un muñeco, y tenía un color blanco plateado. Su contextura era moderada y fuerte. Su abdomen y su pecho estaban al mismo nivel. Su pecho y sus hombros eran anchos. Sus articulaciones eran de buen tamaño. Su piel era blanca. Tenía vellos desde el esternón hasta el ombligo. No había vellos en su pecho, pero sus brazos y hombros eran velludos. Sus antebrazos eran grandes y también las palmas de sus manos. Sus manos y pies eran cortos, y sus dedos tenían un largo moderado.

Sus pies eran planos y suaves; debido a la suavidad de sus pies, no se acumulaba el agua en ellos. Caminaba con pasos largos y elegantes; levantaba los pies en lugar de arrastrarlos. Cada vez que se volteaba, lo hacía con el cuerpo entero [en lugar de voltear sólo la cabeza]. Bajaba su mirada en todo momento. Eran más las veces que miraba el suelo que el cielo. A menudo daba vistazos rápidos a las cosas [en lugar de mirarlas fijamente]. Ofrecía sus saludos a los demás antes de que lo saludaran a él.

El Profeta (sws) meditaba profundamente. Nunca descansaba del todo, y nunca hablaba a menos que fuera necesario. Cada vez que hablaba, comenzaba y terminaba sus frases con el nombre de Dios. Hablaba claro y con significado, pronunciando sólo frases precisas y certeras. Sus frases eran muy decisivas; nadie podía distorsionar sus palabras. Era muy amable y cariñoso. Nunca insultaba a otras personas. Era agradecido por todas las bendiciones que Dios le había otorgado, sin importar lo minúsculas que parecieran; nunca menospreciaba nada. No criticaba la comida. Nunca se preocupaba por asuntos mundanos. Si una persona sufría una injusticia, se enojaba mucho. Su enojo no cesaba hasta tanto le restituyeran su derecho a esa persona.

No se enojaba si la víctima de la injusticia era él, ni tampoco buscaba venganza. Cuando señalaba, lo hacía con la mano entera; cuando se sorprendía, volteaba rápidamente la mano. Cuando el profeta (sws) hablaba, daba pequeños golpes en su mano derecha con el pulgar izquierdo. Cuando se enfadaba, daba vuelta la cara, y cuando estaba complacido y feliz, bajaba la mirada. Sus risas eran más bien sonrisas. Cuando sonreía, sus dientes parecían perlas.

El Profeta (sws) repartía su tiempo en tres partes; una parte para Dios, la otra para su familia y la tercera para sí mismo y su gente. La parte dedicada a su pueblo la dedicaba a atender las necesidades de la gente. Los mantenía ocupados enseñándoles lo que los beneficiaría. Solía decirles:

‘Aquellos que estén presentes transmitan (lo que han aprendido) a quienes están ausentes, e infórmenme de las necesidades de los que no han podido venir. Aquel que informe al gobernante acerca de los pedidos de una persona, Dios lo afirmará en el puente el Día de la Resurrección.’

El Profeta (sws) cuidaba su lengua [de decir palabras vanas], daba consejos sinceros y hablaba benéficamente para así reunir y unir a la gente. Respetaba a los generosos, amables y nobles de cada pueblo, y les encomendaba los asuntos de su gente. Advertía a la gente de los males y se cuidaba de ellos, aunque nunca tenía un mal gesto frente a nadie. Le preguntaba a la gente acerca de su situación y les ordenaba hacer el bien y prohibir el mal. Era moderado en todos sus asuntos. Nunca dejaba pasar la oportunidad de recordarles a sus compañeros y darles sinceros consejos. Estaba preparado para toda situación, y mantenía la verdad y no era ocioso. Quienes se sentaban junto a él eran lo mejor de su gente.

El Mensajero de Dios (sws) nunca se levantaba ni se sentaba sin mencionar el nombre de Dios. Tenía prohibido que designaran un lugar para que fuera sólo suyo. Se sentaba donde encontraba un sitio libre. También les ordenaba a los demás hacer lo mismo al llegar a una reunión. Repartía su tiempo de manera equitativa entre los Compañeros que se sentaban junto a él. Quien se sentara junto al Profeta (sws) pensaría que era el más importante y querido por él. Si una persona se acercaba planteándole una necesidad, no lo apuraba, sino que dejaba que terminase su pedido y se fuera cuando quisiera.

El Profeta (sws) siempre le daba una respuesta al que pedía; le regalaba palabras agradables, aún si no podía cumplir con su pedido. Tenía un corazón y una mente abiertos. Era considerado un padre cariñoso y atento por todos; para él, todos eran iguales. Sus reuniones eran reuniones de conocimiento, perseverancia, paciencia, modestia y confianza. Nadie levantaba la voz en presencia del Mensajero de Dios, que Dios exalte su mención. Nadie hablaba cosas malas en su presencia. Quienes asistían a sus reuniones se trataban con humildad, respetaban a los mayores, eran misericordiosos con los jóvenes y respetaban al extraño.

El Mensajero de Dios (sws) estaba siempre alegre. Era extremadamente amable y cariñoso. Nunca era brusco. No levantaba su voz en público ni decía groserías. Nunca hablaba mal de nadie ni esparcía chismes. Jamás adulaba a nadie. Nunca desilusionaba a nadie. Evitaba tres cosas; discutir, hablar demasiado e interferir en aquello que no era importante. También evitaba otras tres cosas; nunca hablaba mal de nadie, nunca se burlaba de nadie ni hablaba de los fallos de otros frente a nadie, tampoco criticaba a nadie. Sólo hablaba de aquellas cosas que merecen ser recompensadas.

Cuando hablaba con sus Compañeros, éstos miraban el suelo [en muestra de respeto y atención] y era como si pájaros se hubieran posado en sus cabezas. Cuando el Mensajero de Dios (sws) dejaba de hablar, recién entonces lo hacían sus Compañeros. Nunca lo contradecían en su presencia. Cuando hablaba uno de sus Compañeros, el resto escuchaba atentamente hasta que hubiera completado lo que pretendía decir.

El Mensajero de Dios (sws) demostraba una extrema paciencia cuando escuchaba a un extranjero con un acento o dialecto difícil de entender. No le hacía ninguna pregunta hasta que hubiera completado lo que quería decir. De hecho, el Mensajero de Dios (sws) les ordenaba a sus Compañeros que asistieran a la persona que buscaba su ayuda. Nunca interrumpía a quien hablaba hasta que la persona hubiera completado su idea y se detuviera o se levantara para irse’. (Baihaqi)
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