Una quinta parte de la humanidad comparte una misma aspiración: Completar, al menos una vez en la vida, un viaje espiritual llamado Hayy.
Primera parte: Introducción al Hayy y algunos de los ritos previos al día mismo del Hayy
El Hayy, o peregrinación a La Meca, una obligación esencial del Islam cuyos orígenes se remontan al Profeta Abraham, une a los musulmanes de todas las étnias y lenguas en una de las experiencias espirituales más conmovedoras de toda la vida.
Durante 14 siglos, millones y millones de musulmanes, hombres y mujeres de los cuatro rincones del planeta, han realizado su peregrinación a La Meca, el lugar de nacimiento del Islam. Al cumplir con esta obligación, están cumpliendo uno de los cinco “pilares” del Islam, u obligaciones religiosas centrales de todo creyente.
Los musulmanes remontan el origen de esta peregrinación devocional al Profeta Abraham. Según el Corán, fue Abraham quien, junto con Ismael, construyó la Ka’bah, “la Casa de Dios”, en cuya dirección los musulmanes oran cinco veces al día. Fue Abraham también quien estableció los ritos del Hayy, que recuerdan hechos o prácticas de su vida y de la de Hagar y su hijo Ismael.
En el capítulo titulado “La Peregrinación”, el Corán habla del mandamiento divino de realizar el Hayy y profetiza sobre la permanencia de este rito:
“Y recuerda cuando establecimos a Abraham junto a la Casa Sagrada [y le ordenamos que la reconstruyera y] que sólo Me adorase a Mi, no Me atribuyera copartícipes y purificase Mi Casa [de la idolatría] para quienes la circunvalen ritualmente, y quienes oren de pie, inclinados y prosternados. Y [también le ordenamos:] convoca a los hombres a realizar la peregrinación; vendrán a ti a pie, o sobre camellos exhaustos de todo lugar apartado.” (Corán 22:26-27)
Cuando el Profeta Muhammad, la paz y la misericordia de Dios sean con él, recibió el llamado divino, las prácticas paganas ya habían ensuciado algunos de los ritos originales del Hayy. El Profeta, según lo ordenó Dios, continuó realizado el Hayy de Abraham luego de restaurar los ritos a su pureza original.
Aún más, el mismo Muhammad instruyó a los creyentes en los rituales del Hayy. Lo hizo de dos maneras: Con el propio ejemplo o aprobando las prácticas de sus Compañeros. Esto le añadió algo de complejidad a los rituales, pero también aumentó la flexibilidad a la hora de llevarlos a cabo, para beneficio de los peregrinos desde ese entonces. Por ejemplo, es lícito tener alguna variación en el orden en que se llevan a cabo algunos ritos, porque el Profeta así lo aprobó. Por lo tanto, los ritos del Hayy son elaborados, numerosos y variados; a continuación se destacan algunos aspectos de los mismos.
El Hayy a La Meca es una obligación única en la vida para todo hombre o mujer, adultos, y cuyos medios y riqueza le permitan realizarlo, o, según el Corán, para “aquellos que pueden transitar el camino hasta allí”. No es obligatorio para los niños, aunque algunos niños acompañen a sus padres en este viaje.
Antes de partir, el peregrino debe reparar todos los daños, pagar todas las deudas, planificar los fondos suficientes para su viaje y para el sustento de su familia mientras esté fuera y prepararse él mismo para una buena conducta durante todo el Hayy.
Cuando los peregrinos emprenden el viaje del Hayy, siguen los pasos de millones de peregrinos anteriores. Hoy día, cientos de miles de creyentes de más de 70 países llegan a La Meca por tierra, aire y mar todos los años, completando un viaje que ahora es mucho más corto y en muchos aspectos mucho menos arduo que en el pasado.
Hasta el siglo XIX, recorrer la distancia hacia La Meca implicaba a menudo ser parte de una caravana. Había tres caravanas principales: La egipcia, que se formaba en El Cairo; la iraquí, que partía de Bagdad; y la siria, que, después de 1453, comenzaba en Estambul, reunía peregrinos en el camino, y proseguía hacia La Meca desde Damasco.
Como el viaje del Hayy llevaba meses si todo salía bien, los peregrinos llevaban consigo las provisiones necesarias para mantenerse durante el viaje. Las caravanas estaban muy bien aprovisionadas con todo lo necesario y también con seguridad para las personas si los que viajaban eran ricos, pero los pobres a menudo se quedaban sin provisiones y tenían que interrumpir su viaje para trabajar, ganar dinero y así poder continuar. Esto hacía que los viajes duraran mucho más, en algunos casos hasta diez años. Los viajes en esos primeros tiempos estaban llenos de aventuras. Los caminos a menudo eran inseguros debido a los ataques de bandidos. Los terrenos transitados también eran peligrosos y las enfermedades y desastres naturales se cobraban muchas vidas en el camino. Por lo tanto, el regreso de los peregrinos a sus familias era motivo de celebración y agradecimiento por su llegada sanos y salvos.
Atraídos por la mística de La Meca y Medina, muchos occidentales han visitado estas dos ciudades sagradas, donde convergen los peregrinos, desde el siglo XV. Algunos de ellos haciéndose pasar por musulmanes; otros, genuinamente convertidos, llegaron para cumplir con su obligación. Pero todos parecen haberse conmovido por su experiencia, y muchos dan cuenta de sus impresiones del viaje y de los rituales del Hayy en fascinantes relatos. Existen muchos diarios de viaje del Hayy, escritos en lenguas tan diversas como los peregrinos mismos.
La peregrinación tiene lugar cada año entre el 8 y el 13 de Dhul-Hiyyah, el mes 12 del calendario lunar musulmán. Su primer ritual es vestir los ropajes del ihram.
El ihram, usado por los hombres, es una prenda blanca sin costuras compuesta de dos piezas de tela o toalla; una cubre el cuerpo de la cintura hacia abajo, hasta debajo de las rodillas, y la otra va sobre los hombros. Esta prenda fue usada por Abraham y Muhammad. Las mujeres se visten a su manera habitual pero sin lujos. Los hombres deben llevar la cabeza descubierta; tanto hombres como mujeres pueden llevar una sombrilla para cubrirse del sol.
El ihram es un símbolo de pureza y de renuncia al mal y a los asuntos mundanos. También indica la igualdad de todas las personas ante los ojos de Dios. Cuando el peregrino usa este atuendo blanco, ingresa en un estado de pureza que prohíbe las disputas, cometer actos de violencia contra hombres o animales y mantener relaciones conyugales. Una vez que el peregrino viste su ropa de Hayy, no puede afeitarse, recortarse las uñas ni usar ningún tipo de joya, y debe mantener puesta esta prenda sin costuras hasta el final de la peregrinación.
El peregrino que ya está en La Meca comienza su Hayy desde el momento en que viste el ihram. Algunos peregrinos que vienen desde lejos pueden haber ingresado a La Meca antes con su ihram y lo siguen usando. La vestimenta del ihram va acompañada de la invocación principal del Hayy, la talbiyah:
“¡Aquí estoy, Oh Señor, respondiendo a tu llamada! ¡Aquí estoy, Oh Señor, respondiendo a tu llamada! No tienes asociados (en tu divinidad); ¡Aquí estoy, Oh Señor, respondiendo a tu llamada! La alabanza y el dominio te pertenecen. No tienes asociado (en tu divinidad).”
Los cánticos poderosos y melodiosos de la talbiyah resuenan no sólo en La Meca sino también en otras locaciones sagradas cercanas relacionadas con el Hayy.
El primer día del Hayy, los peregrinos parten de La Meca hacia Mina, un pequeño pueblo deshabitado al este de la ciudad. A medida que se acercan a Mina, los peregrinos pasan su tiempo meditando y orando, tal como lo hacía el Profeta en su peregrinación.
Durante el segundo día, el 9 de Dhul-Hiyyah, los peregrinos parten de Mina hacia el valle de Arafat donde descansan. Este es el rito central del Hayy. A medida que se congregan allí, la reunión de los peregrinos les recuerdan el Día del Juicio. Algunos de ellos se reúnen en el Monte de la Piedad, donde el Profeta dio su inolvidable Sermón de Despedida, enunciando extensas reformas religiosas, económicas, sociales y políticas. Son horas de mucha emoción, en las que los peregrinos adoran y suplican. Derraman muchas lágrimas pidiendo el perdón de Dios. En este sitio sagrado, llegan a la culminación de sus vidas religiosas al sentir la presencia y la cercanía de un Dios misericordioso.
La primera mujer inglesa en realizar el Hayy, Lady Evelyn Cobbold, describió en 1934 las sensaciones que experimentan los peregrinos en Arafat.
“Haría falta una pluma maestra para describir la escena, de extrema intensidad, del gran viaje de la humanidad y del que yo fui apenas una pequeña parte, completamente perdida en un entorno de fervoroso entusiasmo religioso. Muchos de los peregrinos derramaban lágrimas por sus mejillas; otros elevaban sus rostros al cielo estrellado que había sido testigo de esta experiencia en siglos anteriores. Los ojos brillantes, los pedidos llenos de pasión, las manos piadosas extendidas en la plegaria me conmovieron como nunca nada lo había hecho antes, y me sentí atrapada en una fuerte ola de exaltación espiritual. Estaba unida al resto de los peregrinos en un sublime acto de completa sumisión a la voluntad suprema que es el Islam”.
Ella continúa describiendo la cercanía que sienten los peregrinos con el Profeta mientras están en Arafat:
“…al estar parada junto al pilar de granito, me siento en tierra sagrada. Veo con el ojo de mi mente al Profeta dando sus últimas palabras, hace más de trece siglos, frente a multitudes llenas de lágrimas. Visualizo perfectamente a los miles de predicadores que han hablado frente a millones que se reunieron en el vasto valle; pues esta es la escena culminante de la Gran Peregrinación”.
Se dice que el Profeta le ha pedido perdón a Dios por los pecados de los peregrinos reunidos en Arafat, y que su deseo fue concedido. Por lo tanto, los peregrinos llenos de esperanza se preparan para irse de este valle llenos de gozo, sintiéndose renacidos y sin pecados y con la intención de dar vuelta una nueva hoja.